La primera vez que escuché hablar del NaNoWriMo (en adelante «reto de escritura de noviembre» puesto que la plataforma está de acuerdo en emplear inteligencia artificial en el proceso creativo) estaba estudiando. No recuerdo si fue durante los últimos años de instituto o ya en la universidad. El caso es que, como comprenderás, participar en un reto de escritura de 50.000 palabras en noviembre con los exámenes a la vuelta de la esquina era poco más que una locura.
No pasaba nada, me dije a mí misma. Cuando trabaje será otro cantar.
Pero me equivoqué también. Porque empecé a trabajar en educación y noviembre también se convirtió en caótico.
Siempre que he intentado participar en un reto de escritura he fracasado.
Eso no quiere decir que haya escrito cero palabras, pero sí que no he cumplido con las 50.000.
Y el motivo no es que no tenga ritmo para escribirlas: escribí 90.000 palabras de la rueca en mes y medio y otras 90.000 del proyecto Gabriela en siete semanas.
La única diferencia es que esos proyectos no me los puse como un reto. Sencillamente estaba motivada y escribí a tope.
Sé que muchos escritores no recomiendan esto, pero yo no escribo si no estoy motivada. Si creo que voy a terminar la sesión de escritura pensando que tremenda bazofia acabo de escribir, prefiero no hacerlo.
Los retos tienen sentido si tienen un significado. Por ejemplo, si me reto a no comer chocolate un mes entero para ver lo que duro y cuidar más mi salud. O a hacer un dibujo rápido cada día para mejorar o incluso empezar a dibujar bien. Pero lo cierto es que yo a nivel personal con mi escritura estoy contenta. Voy al ritmo que puedo y que mi vida me permite. He escrito más de 50.000 palabras en un mes, más de 60.000 y hasta más de 80.000. He podido hacerlo y lo podré volver a hacer.
Así que no, no voy a hacer ningún reto de escritura más solo porque sea a nivel internacional. Si participo en alguno, será porque quiero conseguir algo más allá.
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