Estoy, sin duda, mucho más lejos de lo que pensé jamás que llegaría como escritora. Cuando tenía doce, trece, catorce, dieciséis, veinte años, soñaba con escribir y ser escritora, con publicar libros. No sabía lo que era el síndrome del impostor, los bloqueos creativos o lo difícil que sería mandar manuscritos a editoriales. Entonces, publicar un libro no era más que un sueño que no cumpliría nunca, porque nunca le confesaría a nadie que me gustaba escribir.
Si le preguntáis a mis allegados, todo llegó con la pandemia, pero no es cierto. Soy escritora desde antes. La pandemia me dio una excusa para dedicar un par de meses a escribir sin preocupaciones, pero ni siquiera entonces me imaginaba que podía llegar a publicar, ni siquiera entonces pensaba que se me daba tan bien como para ello. No me preocupé por hacerme un perfil en redes sociales, por innovar de alguna manera para cuando el momento de la publicación llegara.
Y ahora siento que llego un poco tarde.
Que escribo, que publico, pero que no llego a ninguna parte.
Algunos días estoy motivadísima a escribir, siento que la novela que estoy escribiendo en ese momento es la leche, que va a ser con la que por fin me va a descubrir la gente y va a ver mi talento.
Y luego la realidad me traga como una ola.
Algunos días estoy en el pozo más oscuro de oscuridad, pensando que es inútil que siga intentando luchar por hacerme un hueco porque sencillamente tal hueco no existe. La que considero mi mejor novela no ha recibido más que rechazos y si eso ha sido con mi mejor novela, ¿qué pueden esperar el resto?
Este es un post un poco raro (malísimo para el SEO) un poco de desahogo.
No sabéis la cantidad de tiempo invertido que llevo en redes sociales, en pensar ideas para llegar a más gente para que al final lo que se me viralice sea el tweet chorra de los escritores mapa y brújula o el tiktok que hago en el descanso de mi trabajo nutricional.
Al final, lo único que puedo hacer y controlar es escribir, pero eso no es suficiente hoy día para ser escritora.
Es frustrante.
Es nadar a contracorriente.
Así me siento la mayoría de las veces.
Como un pezqueñín en el mar.
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