Las ferias del libro son chulísimas. Es maravilloso tener cientos (¿miles?) de libros expuestos con un suculento descuento para que puedas sumar a tu estantería a esperas del mometo perfecto para leerlos.
Y también es chulísimo estar al otro lado, no nos vamos a engañar. Ver que la gente pasa, se queda mirando tu libro, se sorprende cuando le cuentas de qué va, genere interés… Hace ilusión lo compren o no, lo digo con toda la sinceridad del mundo. Y no penséis que soy una hipócrita: claro que quiero que cada persona que se queda mirando se lo compre, claro que me encantaría que se llevaran un ejemplar firmado, se lo leyesen y volviesen a por más de mis libros. No estoy segura, pero supongo que con eso sueña todo autor. Y yo sueño con vivir de mis libros. Pero ese momento no es ahora y cuando aprendes a disfruar de los pequeños momentos que te dan las ferias aunque no se traduzcan en ventas las disfrutas mucho más.
¿Quién me dice que la semana que viene no se va a quedar alguien con el runrún de Cuando el búho se despierte en la cabeza e irá a buscarlo a una librería?
Hoy ha venido gente. Si no recuerdo mal, he firmado 5 ejemplares y una print. Tres de esos libros se han vendido estando yo en caseta (bueno, uno en realidad se ha vendido cuando ya me había ido, pero mi editora Marta me ha llamado por si podía volver y la chica me ha esperado). Si son muchos o son pocos lo decide cada persona en base a sus propios estándares. Yo, para ser el primer día, he salido muy contenta 🙂
Nos vemos otra vez mañana.
Deja una respuesta